Estremecedora historia: vivió 12 años prófugo por una falsa denuncia de su exmujer

Ignacio Hernández

Ceferino Rotili fue denunciado por su exmujer de abusar a sus dos hijas. Condenado por la justicia, estuvo recluido hasta que las chicas descubrieron que habían sido manipuladas.

Las hijas confesaron públicamente haber sido manipuladas por su madre, cuando tenían 2 y 5 años, para que avanzara la denuncia contra su padre, nada menos que por abuso sexual. Y así lograr una condena.

Para la justicia “no había dudas” de que Ceferino Rotili había cometido el grave delito contra sus hijas.

Tan seguro de su inocencia como de que lo iban a mandar a la cárcel, Rotili -quien llegó al juicio de 2007 en libertad- no se presentó el día que el Tribunal en lo Criminal Nº 1 le impuso 6 años de prisión.

Desde esa fecha hasta este año se mantuvo en la clandestinidad. Vivió en Chile -adonde la compañía aseguradora para la que trabajaba lo había mandado antes de la denuncia-, en la soledad de una zona montañosa de Río Negro y en Córdoba.

Soportó casi 12 años en condición de prófugo hasta que la causa prescribió y sus hijas, hoy de 21 y 24 años, contaron públicamente “su verdad”, luego de convencerse de que la madre -despechada por una infidelidad de su marido- había hecho una grave acusación falsa y de que su padre era inocente.

Como “Abuso a la vida” resumió la historia Ceferino, a través del libro que escribió mientras era buscado y que desde el lunes pasado está a la venta

Ceferino no quiere venganza, aunque con la madre de sus hijos, que sigue viviendo en Bahía, no tuvo más contacto.

María Paz y Mariana, tampoco. “Ellas no la quieren ver más y de hecho buscaban accionar judicialmente contra la madre, pero trato de hacerles ver que los 17 años que nos sacaron no tienen retorno y que no tiene sentido volver a tribunales, abogados…”, opina.

Ceferino, no obstante, trata de “recuperar” de alguna manera el tiempo perdido, aunque hoy existen otras distancias: geográficas.

Con la más chica (María Paz) mantiene un contacto casi a diario porque -como él- vive en Bahía. El varón está en Las Grutas y la más grande se domicilia en El Bolsón.

Las paradojas del destino llevaron a Mariana a desempeñarse laboralmente a solo 15 kilómetros del paraje Mallín Ahogado, donde su padre estuvo recluido entre enero y junio de 2015 y escribió “Abuso a la vida”.

En esos meses Ceferino vivió sin ninguna compañía en una pequeña cabaña, aislada del mundo, en medio de un paisaje montañoso que le sirvió de inspiración para llevar su historia al papel, pese a las limitaciones de recursos.

Cuando el dinero escaseaba, se las rebuscaba para comer: “pescaba truchas”.

“Lógicamente que no tenía internet ni nada. Apenas luz. Tenía que subir 40 minutos de un sendero de montaña para tomar un colectivo, a las 8.30, que me llevaba a El Bolsón. Iba tres veces por semana a buscar víveres, siempre usaba un nombre de fantasía”, recuerda.

La “etiqueta” judicial

Más allá de su permanente “mirada hacia adelante”, y de que “lo que pasa por la cabeza de la madre de mis hijos lo tendrá que resolver ella con su conciencia”, Ceferino no deja de admitir que un sector de la justicia penal se “equivocó mal” con él.

“Acá tenemos un tribunal que se jacta de que el 99% de los casos que analiza por abusos termina con culpables, pero a mi me etiquetaron y cuando fui a juicio no había ninguna prueba para condenarme. A mi hija Mariana le hicieron hacer una carta de puño y letra, cuando tenía 12 años, recordando cosas que había vivido, durante un mes y medio, cuando tenía 5, y de esa carta se agarraron para la sentencia”, señala.

De hecho, recuerda que aún luego de la denuncia, el juzgado de Familia le dio la guarda de su hijo Matías, entonces de 13 años, “porque él quería vivir conmigo y no le creía a su madre”.

“Hicieron una entrevista vincular entre la madre, Matías y yo y se determinó eso. Me dieron la tenencia. En la justicia penal simplemente me etiquetaron y con ese mote tuve que hacer las entrevistas”, advierte.

Ceferino asegura que el Estado invirtió mucho dinero en su búsqueda pero se pregunta “cuánta plata destinó en ver cómo estaban y crecían mis hijos ¿Cuándo mandaron a un asistente social…?”.

Hasta el día de la sentencia, el 31 de agosto de 2007, siempre se mantuvo a derecho. “Primero estuve un tiempo detenido y después, entre 2004 y 2007, cuando yo ya estaba viviendo en Chile por razones laborales, tenía que venir a firmar al Patronato de Liberados, a la comisaría y al tribunal cada 2 meses”, detalla.

En el debate, que se extendió por 3 días, Ceferino observó que el resultado estaba puesto y antes de la fecha del fallo, cuando le impusieron 6 años de cárcel y se ordenó su captura, se volvió a Chile.

“Empecé a estar prófugo en la Argentina, pero no en Chile, porque tenía residencia. Lo que sí pasó es que me fueron a buscar 3 o 4 veces pero no me encontraron porque tenía gente amiga que trabajaba en la policía y me avisaba cuando me iban a buscar”, explica sobre su estadía en tierras trasandinas.

Todo cambió en 2014. La justicia le dio intervención a Interpol y perdió apoyo.

“Estuve 10 meses boyando por cualquier lado y después, como pude, crucé hacia la Argentina de vuelta y me instalé en Mallín Ahogado”, sostiene.

El reencuentro fue en Córdoba

Algunas pocas amistades que se mantuvieron inalterables durante su clandestinidad le permitieron sortear las tremendas dificultades que supone mantenerse tantos años prófugo.

A mediados de 2015 se fue a vivir a Córdoba. “Un amigo me facilitó una casa en Carlos Paz”, donde vivió hasta julio pasado.

El primer contacto que tuvo con una de sus hijas (María Paz) fue el año pasado, el 17 de diciembre, día de su cumpleaños.

“A través de un amigo, Flavio Serra, que era la única persona que sabía dónde yo estaba, me pude comunicar por WhatsApp y después reanudé el contacto por videollamadas. Para mi fue uno de los momentos de mayor emoción”, admite.

Las hijas suponían que su padre continuaba en Chile. Como él esperaba con ansias la prescripción de la acción penal -que se dio recién a principios de este año- prefirió mantener en secreto su lugar de refugio.

“Me pedían fotos, de la casa, del jardín, buscaron a través de un programa las flores que se veían y pudieron determinar que yo estaba en el centro de la Argentina, fue increíble cómo se movieron para tratar de localizarme”, afirma.

El 12 de febrero llegó “El” día: “Recuperó” la libertad.

“Ya no había peligro porque la causa estaba prescripta. Mis hijas publicaron en Facebook una foto con la leyenda “Mi papá es libre” y “yo me enteré más adelante de esa declaración de amor, que me partió el corazón”.

Entre el 9 y el 12 de marzo, Ceferino pudo volver a abrazar a sus dos hijas después de 17 años. “Fue un momento único. Convivimos 10 días después de mucho tiempo”, recuerda

Fuente: Diario La Nueva

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