Se cumplen 27 aƱos del crimen nunca resuelto de Liliana Tallarico

Francisco DĆ­az

Los gritos y el portazo que escucharon los vecinos del 8º D, en la calurosa madrugada del 5 de febrero de 1994, sería el comienzo de uno de los grandes misterios, que quedó impune, de la historia penal argentina. La víctima se llamaba Liliana Tallarico (33) y era bailarina, oriunda de la ciudad de Ranchos. Fue degollada con un cuchillo de cocina en su propia cama.

A esa hora, Valeria, la hija de 11 años de Liliana, estaba en su habitación. Se quedó varias horas encerrada hasta que se descolgó desde el balcón con trozos atados de sábanas, como si fuese una fuga de película. Cayó al piso, se fracturó, pero sobrevivió. Primero dijo que escuchó la voz de un tal Oscar Murillo, entonces director del Ballet Brandsen y amante de la mujer. Lo metieron preso, pero a esa hora Murillo estaba en Temperley, por lo que fue liberado y después sobreseído. No tuvo nada que ver con el caso.

Tras varios años de idas y vueltas, en 2001 el caso tendría otro capítulo increíble y sorprendente. Fue la propia Valeria, ya con 18 años y un hijo, quien se presentó ante el juez de la causa y aportó otra versión de los hechos. Dijo que después de ser madre y haber padecido una profunda depresión, había recordado lo que había olvidado siendo niña. Denunció que su padre José Luis Jara había sido el asesino de su mamá.

¿Qué contó? Lo siguiente: Jara llegó al departamento cerca de las 23, porque había quedado en pasarla a buscar para estar juntos el fin de semana. Era demasiado tarde, puesto que había quedado en ir mucho antes, lo que provocó que Liliana lo echara y le prohibiera llevarse a su hija.

A la medianoche llegó Murillo. Liliana lo estaba esperando para cenar juntos. Valeria se fue a su cuarto, antes de que se marchara Murillo, a las 2 de la madrugada. Según este segundo relato, en ese momento regresó Jara al departamento. Estaba segura de que el asesino había sido su padre. También mencionó abusos.

Pero hubo más. Valeria contó que la soga hecha con trozos de sábanas la hizo su padre. Que fue él quien se descolgó por el balcón del octavo piso para no ser visto cuando escapaba del brutal asesinato. Además, dijo recordar que varias horas después, ella intentó hacer lo mismo, aunque se desató un nudo y cayó pesadamente al piso, lo que le provocó la fractura.

Jara, al ser indagado, juró su inocencia. Declaró que esa noche no estuvo en La Plata, que se encontraba preparando cerámicos rojos en su casa de Ensenada. Y que, incluso, aún tenía la ropa manchada con ese color cuando se enteró del crimen y fue a buscar a su hija al edificio de la calle 29. “Ella está loca, necesita ayuda, es un monstruo, miente todo el tiempo”, gritó el hombre cuando, esposado, era trasladado a los Tribunales de La Plata, en 8 entre 56 y 57.

Con el paso de los meses, el relato de la chica se fue desmoronando. Hubo informes, que fueron aceptados por la Cámara Penal, que indicaban que los dichos de la chica no eran ciertos y años después Jara fue sobreseído. Era inocente. En 2009, en silencio, una resolución judicial cerró el expediente que quedó impune.

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