Hoy martes, es un día capicúa: 12 -1- 21 ¿nos traerá buena suerte?

Francisco Díaz

Algunos lectores, que no reparan demasiado en el almanaque, probablemente han pasado por alto que hoy es martes. Más aún, que es 12 del 1 del 21.

También es posible que por razones de edad, una gran cantidad desconozca el significado de la palabra capicúa, que actualmente se usa muy poco.

Y otros, quizás, no creen en la suerte. Ni en la buena, ni en la mala.

Pero sí, señoras y señores: este martes 12 – 1 – 21 es capicúa. Y hay chances de que nos traiga buena suerte.

Antes que nada, veamos qué significa capicúa.

Es la cifra que si se lee de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, expresa igual cantidad. O sea, el número que, leído al derecho o al revés sigue siendo el mismo. Por eso este 12 – 1 – 21 cumple con ese requisito. De acá para allá y de allá para acá, es el mismo número. Como 15.351, por ejemplo. O el 238.832.

En cuanto a su origen, la palabra capicúa proviene del catalán cap: cabeza y cúa: cola. Cuando se castellanizaron, ambas quedaron unidas con una i latina.

Pero la cosa no termina con los números.

También hay palabras que se pueden leer en un sentido o en el otro, sin que modifiquen su significado: radar, Neuquén, reconocer, somos. Y frases como “amor a Roma”, “la ruta natural” o “yo hago yoga hoy”.

Son el equivalente a los números capicúa y se llaman palíndromos.

Cuando no existía la tarjeta SUBE en los medios de transporte se sacaba un boleto. En los colectivos, en el subterráneo. En el tren. Y antes aún, en los tranvías.

De papel en casi todos los casos, de cartón en el ferrocarril, el boleto era el pase que acreditaba que el pasajero había pagado su viaje. Tenía una numeración impresa, de cinco cifras en el caso de los colectivos y de cuatro en la mayoría de los trenes.

Cuando ese número se podía leer de izquierda a derecha o de derecha a izquierda sin que cambiase la cifra, se había producido un acontecimiento feliz: al viajero le había tocado un boleto capicúa.

El boleto te lo daba el chofer, cuando subías al colectivo. Vos pagabas y él arrancaba el segmento de papel que salía de una expendedora de metal, ubicada al costado del volante. Aún hoy, en muchos lugares de la Argentina esa maquinita plateada sigue prestando servicio.

Y aunque parezca mentira, a veces el pasajero sacaba dos o tres boletos más -aunque viajase solo- si advertía que estaba a un par de números de una cifra capicúa.

Es que sacar un boleto capicúa era la secreta ilusión de todos los que soñaban con un golpe de suerte que cambiase la sufrida rutina cotidiana. El boleto capicúa simbolizaba la buena suerte.

Y como la carga positiva del boleto capicúa no tenía vencimiento, el papelito o el cartoncito no se tiraban. Al contrario, se guardaban. En la billetera, dentro de un libro o en un cajón de la mesita de luz.

Y también aparecieron los coleccionistas de boletos capicúa. En algunos casos, con la creencia de que la suma de papelitos equivalía a buena suerte acumulada. Pero en general se trataba de fanáticos del coleccionismo.

Así fue que se constituyó el Círculo de Coleccionistas Capicúas. El fundador era un aficionado llamado Armando Vera y la entidad comenzó sus actividades, como no podía ser de otra manera, el 28 – 8 – 82. Es decir, un día capicúa.

La entidad suele participar de La noche de los Museos y tiene una réplica en Chile, donde la agrupación principal tiene el inequívoco nombre de “Boleccionistas”.

Y no faltan las leyendas, como la que aseguraba que un millón de boletos capicúa podía ser canjeado por una silla de ruedas. Esto último parece haber sido un mito.

Aunque para mucha gente el verdadero y enorme mito es la creencia de que un pedacito de papel trae suerte.

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